jueves, 15 de marzo de 2007

Campanas envenenadas

Cuando ya habían caído Bilbao y Santander porque a los nacionalistas vascos se les habían colado en columnas de a cuatro por los agujeros de su cinturón de hierro los mozos “apañados” para los fascistas de Franco por sus curas-alférez en las aldeas gallegas al grito de ¡Santiago y cierra España!, que les habían barrido; cuando ya se les habían colado a los nacionalistas vascos los tercios de los requetés navarros que luchaban como siempre hicieran sus hermanos, por Dios por la patria y el Rey; cuando por el Norte al ejército republicano se le remataba en los Picos de Europa y dispersos o apresados y sin barcos en que embarcar a sus hombres se les hacinaba en las plazas de toros y diezmaba en ellas o conducía a los acantilados cántabros y asesinaba y arrojaba a la mar, por entre las vías del ferrocarril y estaciones y carreteras y caminos sin destino vagaban los niños y las mujeres de los republicanos castellanos perseguidos y venidos a combatir en zona republicana: los refugiados… Vagaban sin saber hacia donde iban hasta que encontrados por los guardias civiles y hacinados en vagones de mercancías eran devueltos a sus lugares de origen: (¡lo que temían!).

¡Ya eran las siete de la tarde…! En este lugar del noroeste de Palencia cuyo nombre debiera omitir en mi relato, avergonzado,( Barruelo de Santillán); cuando por entre las faldas de su Sierra se introducían los cierzos y descendían los fríos y en su plaza del Ayuntamiento se quemaban los libros de su biblioteca municipal aun doblaban las campanas:¡desde las cinco en punto de la tarde…!Acomodados en un templete, musical y republicano antaño y hogaño pedestal y sin atriles y elevado sobre una fuente de tres caños con pilón que murmuraba de sus traiciones, aguardaban a los rojos - cuyo tren se demoraba -un alcalde y jefe local del“Movimiento” y un cura y un teniente de la Guardia Civil y varios mandos militares en plaza: ¡tiritaban las fuerzas vivas…!

Siempre en las plazas de los pueblos al igual que en las ciudades se han elevado las fuentes y los templetes y los patíbulos y los lupanares o esquinas para prostituirse y mear; siempre se han celebrado en ellas las tiranías y las libertades y los triunfos de unos y las derrotas de otros y los engaños y las verdades y convocado a las masas y por ello esta vez una multitud de voces y de sombras y de gritos y de llamas y de camisas azules y de brazos extendidos y de muecas en los rostros que se iluminaban se enardecía con las notas del himno que se cantaba: el “Cara al Sol.

…Y podrá decirse que en la espera y el sonar de las campanas - o nadie dirá nada- ya que el arma secreta de las iniquidades es el musgo del olvido- que los odios y los instintos se habían apareado aquella tarde y habían parido las rabias. Alguien dirá sin avergonzarse que las multitudes cuando en las plazas de los pueblos se encrespan son como las olas de los mares y las llamas de los incendios, inhumanas; mas entonces, ¿para qué y por quién doblaban tanto las campanas, desde las cinco en punto de la tarde?

Ya se habían encendido por la carretera que ascendía desde el ferrocarril a la plaza las luces de unas bombillas que sin voltios se estrellaban contra el suelo, como cagadas de vacas; ya se habían silenciado los pitidos de una máquina de un tren anunciando su arribada y erguido las fuerzas vivas en su templete,(¡sin tiritar…!);ya una enjambre de camisas azules se había encaramado a la fuente de los tres caños y pilón con el brazo extendido a riesgo de caerse a él cuando enmudecieron:¡ ya había llegado el tren¡
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(“¡tricornios acharolados…!). … Sin rostro en sus fantasmales capas verdes envueltos y fusiles en bandolera y coronando una cuesta habían aparecido los primeros guardias civiles y tras de ellos en columna los rojos capturados que avanzaban a tropezones y escondían y agachaban y reculaban -¡para no llegar!- bajo los insultos y las pedradas y los escupitajos que les lanzaban sus vecinos y amigos infantiles de otros días olvidados, al tañer de las campanas:¡ desde las”cinco en punto de la tarde“!

El sargento de los guardias civiles que les conducía se había adelantado y acercándose al templete donde esperaban las fuerzas vivas y cuadrándose ante su teniente le había informado:

- Sin novedad en el servicio realizado, mi teniente; son trescientos veinticinco los individuos capturados, veinte en edad de combatir, diez y ocho viejos y el resto mujeres y niños.

-Gracias, sargento le había respondido el teniente-devolviéndole el saludo. Que las mujeres y los niños y los viejos sean conducidos a las “Escuelas” y los otros al cuartel.

- A un niño de pocos meses le han golpeado con una piedra en la cabeza y ha fallecido en los brazos de su madre, una tal Jobita….

-Que le entierren, había respondido el teniente. ¿Algo más…?.

Iba a intervenir el cura con alusiones a los Santos Sacramentos cuando se escuchó un disparo y prefirió no hacerlo, se persignó: ¡Y las campanas volvieron a doblar! Y volaron nuevamente allá en su campanario. Y en su apoteósico redoblar llamaron a las furias del averno y aparecieron por la plaza los vergajos y las porras y las barras y los puños de hierro y los sicópatas sin causa que saltaban cual las chispas de los libros que allí ardían, golpeando sin piedad.

-¡A por ellos…! ¡A por los rojos…!¡A por esos hijos de puta!, gritaban y gritaban mirando a sus fuerzas vivas, pidiendo calma…

-Por Dios, eso no!- había exclamado el señor cura.

Era la gran fantasmada; la gran irracionalidad de unas bestias que en su estampida debían desfogarse y había que dejarlas solas: envaradas las fuerzas vivas bajaron de su templete y se alejaron de la plaza; pretorianos los guardias civiles aletearon sus capas y se llevaron al cuartel a los hombres que habían atado, en cordada… En esta tarde y noche y horas que se recuerdan para que no se olviden y en este lugar campearon cual los demonios por el averno los sapos que se regocijaban y bailaban y saltaban sobre sus panzas y las hienas que se reían y los loros que se gritaban y las babas de los babosos que se arrastraban; habían aparecido los monos saltarines y chillones y los lobos que aullaban y los cornúpetos ciegos y los cerdos con sus hocicos abiertos y las jaurías de los perros salvajes: ¡habían aflorado las rabias!

Desaparecidos los humanos sentimientos y escapándose por las escaleras de la plaza arriba hacia las “Escuelas” perseguidas por las fascistas de la Sección Femenina con sus maquinillas y tijeras abiertas para cortarlas el pelo o afeitarlas la cabeza corrían las jóvenes sin hijos y las madres protegían a sus crían con sus abrazos u ocultaban entre las faldas para que no se los matasen las bestias con sus patadas.

Entre las aulas sin crucifijos y las paredes desnudas y las ventanas sin cristales y los muros agujereados por los obuses de la guerra y las heces ya secas de las tropas que allí habían sido acuarteladas para la ofensiva del Norte, en “las Escuelas”; con sus corazones henchidos por el llanto y sus magullados cuerpos y sus cabezas rapadas y gimiendo y acurrucados al calor de si mismos y lamiéndose las heridas, pernoctaron aquella noche y otras muchas de su invierno los hijos y las mujeres y los ancianos de los republicanos presos o muertos o escondidos por los montes tras la caída del Norte, vencidos; sin sus hogares ya requisados y ocupados por los fascistas desde que huyendo de sus barbaries hubieron de abandonarlos, caritativamente: sin sus jornales y a merced de sus verdugos y de su Auxilio Social… Y su dolor…, el dolor de todos juntos y el dolor de cada uno fue cubierto año tras año con el musgo del olvido,(?)

1 comentario:

Merche dijo...

Me parece estupendo que haya personas que recuerden a Barruelo, también todos sus hechos ya que el conjunto de ellos forman la historia de este bello pueblo de la Montaña Palentina, que tanto añoro al que mucho debo, pero más me debe (la vida del ser que más he querido en este mundo, mi padre) que aunque no murió ahí, si contrajo su enfermedad en ese bello pueblo minero, en su mina, en "El Pozo del Calero".
Un saludo y que se sigua recordando a nuestro pueblo como se merece